De camino por la autopista de la costa |
Y así fue como, viajando por la autopista de la costa, poco a poco me acerqué a mi destino, el colegio Los Almendros de El Secadero, Casares. En los alrededores infinidad de huertas con naranjos y un sol que entre gota y gota y espléndidos arco iris pugnaba por salir de entre las nubes.
En esta ocasión participé de un encuentro con niños de 8 a 10 años. Fue una bonita experiencia. En primer lugar se reunieron dos clases en una, con una habilidad encomiable hicieron el transporte de las sillas, y se comportaron, por supuesto, de maravilla.
Si miraba por las ventanas de la clase podía ver las filas de eucaliptos que estaba en una cercana zona de huertas, y desde el patio inferior, un rato después, subía el bullicio que formaban los más pequeños en el recreo.
Los niños tenían infinidad de preguntas. Voy a citar algunas: ¿cuándo escribí mi primer obra?, ¿cuándo la publiqué? ¿Cómo se escribe una novela? Y como es de suponer, a partir de estas, surgieron otras muchas, que a medida que se ampliaba la conversación nos llevó a hablar de otros temas.
En el horizonte la silueta del Peñón de Gibraltar |
Con los alumnos del CEIP Los Almendros |
Hice otra pregunta esencial. ¿Les leían en voz alta? Aquí unos dijeron que sí y otros que no. Miré el reloj y vi que nos quedaban treinta minutos por delante. En ese momento, les comenté que aprovecharíamos la media hora que nos quedaba de tiempo para leerles Alas de mariposa.
Y ¿qué pasó al final? Un sonoro aplauso. Siempre me sorprenden cuando me aplauden. ¿Cómo se puede agradecer esto? No hay palabras que puedan agradecerlo, por muchas razones, pero sobre todo porque es espontáneo, y porque la historia de la mariposa con un ala rota y del niño que se la quiso arreglar con el papel de una cometa les había encantado.
Así fue como les dije: «Bueno, chicos, hemos terminado. Aquí se acaba mi visita. Sed buenas personas en la vida». Después de eso retuve en mi mano un beso que les envié por el aire. Y, mientras yo recogía mis obras y mi lector electrónico, que había llevado para que conocieran las nuevas formas de acceder a un libro, y después de que la profesora que nos acompañaba, nos hiciera un par de fotografías en grupo, ellos se marcharon esparciendo sus cantarinas voces por el aula y los pasillos.
La gardenia es la de los pimpollos blancos |
Me di una vuelta por allí y compré una gardenia y varias plantas más y, por supuesto, las naranjas.
He aquí la foto de cuando las bajé en casa.
Los pimpollos de la gardenia dan un perfume maravilloso y a partir de ahora, ¿sabéis qué?, cada vez que la mire me recordará la preciosa mañana que pasé junto a los niños del CEIP Los Almendros.
Gracias a todos, y muy especialmente al Centro Andaluz de Las Letras que organiza estos encuentros.
Sí que parece que lo fue, Pilar, da gusto leerla a usted. Gracias, siempre aprendo.
ResponderEliminarGracias a ti, Clarisa. Los niños son nuestra esperanza.
ResponderEliminarUn abrazo.